El viajero gusta de viajar a las ciudades en su época de esplendor, y para él, la mejor estación para ir a Ávila es el invierno. Preferentemente un sábado por la mañana en un día de frío intenso.
Al llegar a la ciudad, el primer sitio que le llama la atención es la plaza de la santa (Santa Teresa), desfigurada por un atroz edificio de Moneo al que no le da vergüenza, por lo que se ve, o le pagan, compararse con la delicia románica de la Iglesia de San Pedro, y su hermoso rosetón.
Una vez tomado café y croissant a la plancha (vale también el españolizado término “curasán”) y recrearse la vista en la pastelería de las yemas (lo de comprarlas es opcional, aunque al viajero, la que más le gustan son las yemas de Almazán que gustaba de comprar cuando iba a Barcelona en coche mientras paraba en Medinaceli, en el Hotel Nico), el viajero se adentra en la ciudad amurallada por la girola de la catedral, que sirve de adarve defensivo a la muralla por la puerta del Alcázar y se detiene a ver la Catedral por fuera, ya que por dentro, desgraciadamente, cada vez es más difícil contemplar una catedral sin que le cobren, lo cual, le parece un atraco, pero esa es otra historia….
Al viajero siempre le ha llamado la atención la piedra en Ávila y busca, dentro del frío, su calidez, que la tiene, pero a costa del sacrificio castellano.
Una vez contemplada y admirada la catedral, se dirige hasta la Basílica de San Vicente, en este caso extramuros, otra delicia románica, y nota la diferencia de temperatura en sus carnes de estar dentro a estar fuera de la muralla con lo que, una mirada rápida a la basílica y vuelta a la ciudad amurallada.
De vuelta a la ciudad, callejea hasta la plaza del mercado chico, los recuerdos le asaltan por un heroico corte de pelo que tuvo el valor de hacerse en una fría mañana de enero hace ya unos cuantos años.
Por las calles de Ávila, se busca el calor de los bares. Uno se imagina como puede ser la vida en esta ciudad y la idealiza. El café de la mañana, el vino del aperitivo, las tardes con el chocolate. La vieja Castilla…….
El viajero recomienda tomar el pulso a la ciudad, observar a las gentes, mirar sus comercios, admirar iglesias y palacios, imaginarse que en cualquier esquina uno se va a encontrar con Santa Teresa o San Juan de la Cruz , en fin…..
Seguiremos contando…..
Bonita ciudad. Me vienen a la memoria muy gratos recuerdos...
ResponderEliminarFría y acogedora a la vez. Qué contrasentido, no?
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